Vil dama de la fortuna
Chloe Gong—Entonces funciona.
—Funciona. Ya tenemos la primera parte completa.
Uno de los científicos, tras colocarse un bolígrafo detrás de la oreja, hace una señal a un soldado, quien se acerca a la mesa para soltar las hebillas por turnos: las de la izquierda, luego las de la derecha. Las hebillas caen al suelo con un ruido metálico. El sujeto intenta darse la vuelta, pero entra en pánico, da un tirón demasiado fuerte y cae de la mesa. Es un espectáculo terrible. El sujeto aterriza a los pies de los científicos y jadea como si no pudiera llenar del todo sus pulmones, y tal vez nunca vuelva a hacerlo. Una mano desciende sobre la cabeza del sujeto. El tacto es suave, casi tierno. Cuando el científico examina su trabajo, alisando el cabello del sujeto, su expresión se dibuja con una sonrisa.
—Está bien. No debes luchar.
Aparece una jeringa. Bajo las altas luces, la aguja brilla una vez al bajar el émbolo y otra vez cuando la sustancia roja del interior desaparece en la suave piel. El dolor es inmediato: una llamarada líquida que abruma cada nervio enclavado en su camino. Pronto llegará adonde necesita, y entonces se sentirá como nuevo.
Afuera, llueve a cántaros. Gotea por las grietas del almacén y los charcos ocupan cada vez más espacio.
El primer científico da al sujeto una palmada más cariñosa.
—Tú eres mi mayor logro, y lo más grande aún está por venir. Pero hasta entonces…